El próximo domingo celebraremos el DOMUND, el Domingo Mundial de las Misiones, la Jornada universal que se celebra cada año para apoyar a los misioneros en su labor evangelizadora, desarrollada entre los más pobres. Es una llamada a la responsabilidad de todos los cristianos en la evangelización, el día en que la Iglesia lanza una especial invitación a valorar y apoyar la causa misionera. Este año lo celebramos todavía en el contexto de la crisis sanitaria y económica mundial, en un año marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del COVID-19.
En estas circunstancias, la misión de la Iglesia adquiere un relieve especial, en particular con las personas más necesitadas en muchos países del tercer mundo, donde la Iglesia está en primera línea en la lucha contra el virus, la pobreza y el hambre. Esta situación nos apremia a responder todavía con más generosidad a las necesidades de la Misión. Tal como nos recuerda el Papa Francisco, el lema de este año, «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído» (Hch 4,20), es una invitación a dar a conocer, a compartir aquello que tenemos en el corazón. Esta misión es y ha sido siempre la identidad de la Iglesia, que «existe para evangelizar».
Hemos recibido muchos dones de Dios, y todo lo que el Señor nos ha ido concediendo, no es para uso exclusivo nuestro sino para que lo compartamos con los demás, para que lo pongamos a su servicio. Nosotros hemos vivido el encuentro con el Señor, a lo largo de la vida hemos experimentado su amor y salvación, que nos lleva a vivir en la esperanza, y estamos llamados a compartir con todos los hermanos un futuro de esperanza que nos empuja a transformar el mundo, a convertir la humanidad en una familia y a custodiar la creación.
En este escenario, la llamada a la misión, a salir de nosotros mismos por amor a Dios y al prójimo se convierte en una oportunidad especial para compartir con los demás los dones recibidos de Dios, especialmente el don de la fe. El Señor nos convierte en discípulos y nos envía en misión a todos los pueblos. Recibimos el impulso para continuar la misión de Cristo por amor, para que todos los hombres puedan participar del gozo inmenso de la vida plena de hijos de Dios. A esta vida nueva han sido llamados todos los hombres y las mujeres en un solo pueblo, formando una familia.
Esta experiencia nos ha de llevar al encuentro con el hermano, un encuentro que lleva a compartir, a colaborar, a convivir. Convivir significa estar atentos los unos a los otros, no mostrarse indiferentes a la situación de los demás, ser conscientes de la interdependencia entre personas, ser solidarios. Como señaló el papa Francisco, «de una crisis como esta no se sale iguales, como antes: se sale mejores o peores. ¡Que tengamos el coraje de cambiar, de ser mejores, de ser mejores que antes y poder construir positivamente la post-crisis de la pandemia!». La misión evangelizadora de la Iglesia tiene como objetivo una renovación profunda, una auténtica transformación de cada persona y de toda la sociedad, porque Cristo ha venido para hacer nuevas todas las cosas. Todos estamos llamados a colaborar en esta misión.
Recordemos con agradecimiento a todas las personas que están dando su vida en la misión, que han sido capaces de dejar su tierra y su hogar, que se han puesto en camino para que el Evangelio pueda llegar a todos los pueblos y ciudades, a todos los ambientes, a todas las personas sedientas de Dios. Rezamos por ellos y para que se reavive en toda la Iglesia la dimensión misionera. María santísima, Salud de los enfermos y Estrella de la evangelización nos guíe en este camino.
José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla